jueves, 15 de abril de 2010

Navío Gris de Sueños y Palabras

Salvador Gallardo Topete, el hijo.

Agosto era un navío
anclado a perpetuidad sobre tu pueblo.
El valle despertaba
vestido de domingo,
con el cielo enfiestado de banderas
proclamando el arribo
jovial de la vendimia.
Yo era un traje vagabundo
con los bolsillos repletos
de viajes que nunca se llegaban.
Tú venías a la luz de las hogueras,
con tu paso de lluvia mañanera
y yo sentía
un despertar de selvas
habitadas de pájaros,
crecer vertiginosamente
para alfombrar tu arribo.
Caía el sol a plomo
sobre un mar de verdes emparrados,
se quebraba tu talle
y resurgías
ceñida de racimos.
Bajo la inerme senectud de los olivos,
machacaban tus plantas,
en una alegre danza
de alegres ademanes,
los frutos arrancados al sarmiento
y el mosto fermentaba,
nutriéndose en aromas
de maderas antiguas.
Tú calmabas mi sed
y te me ibas,
desdibujada lentamente en el paisaje,
en donde el inerte tren del caserío
te aguardaba fingiendo
la inesperada iniciación
de un viaje.
Yo era un traje desgastado,
una pipa aromada de silencio
y un navío gris
de sueños y palabras.
Tú eras el agua rumorosa de la acequia,
la uva cardenal de mis deseos,
la diligente aguja del remiendo,
la canción eficaz para mis penas.
Eras la imposible palabra del amor,
que nunca pudo en su tortuoso vuelo
posarse en el alero de tu casa.
La noche, en la que el viento germinó
los pañuelos del llanto y del adiós,
traía como hoy, la misma brisa amarga,
la misma dolorosa sensación de
naufragio.
Y porque hoy me habita,
igual tristeza a la de aquella noche,
desesperado arrojo el ancla del recuerdo
en el mar salobre de tus ojos.