Alejandro Rodríguez Castro
"Ecuánime, saqué mi cuadernillo de la bolsa trasera de mi pantalón retorcido, recién lavado. Así, por unos segundos, lo tuve exangüe y pendiente entre mis dedos; su ajada cobertura verde no decía ya nada. Como se ciñe el cadáver de un animal casero, lo cerré contra mí. Salió estrujado, fruncido, hecho un bloque húmedo que no osé dividir en ese instante. Eran entonces los principios de la primavera y la calefacción aún estaba encendida. Lo tendí sobre un radiador. Tales eran las impericias de esa mañana de domingo."